Nimega y Arnhem, in memoriam

“Tenía dos años. Estaba sentado en una silla, delante de una ventana de casa y se apagaron las luces y las alarmas. Mi padre tuvo el presentimiento de que algo iba mal, así que me sacó de la silla y me llevó al subterráneo. Justo después, cayó una bomba.” Así recordaba Evert Van Dreven, en el acto conmemorativo de 2013, lo acaecido 69 años atrás, cuando la ciudad más antigua de Holanda, Nimega, fue bombardeada. Bombardeada, pero por error, uno de los muchos vestigios que ha dejado la Segunda Guerra Mundial.

Aviones dirigiéndose a Alemania. Fotografía cedida por el Museo Airborne de Osterbeek

Es martes. Primera hora de la tarde del 22 de febrero de 1944. La escuadrilla de aviones de las Fuerzas Estratégicas de los Estados Unidos (USSTAF) se dirige a Alemania. Vuela formando parte de la llamada Operación Argumento, una serie de misiones con un objetivo aparentemente claro: la industria aeronáutica del Tercer Reich. Derrotar a la Luftwaffe menoscabaría la supremacía alemana en el aire y permitiría el avance aliado. Los B-24 forman parte de la Octava Fuerza Estadounidense. Van armados con ametralladoras de calibre 50 o superior. Una formación de 177 de estos vuela rumbo a la ciudad alemana de Gotha con el fin de bombardear su fábrica de aeronaves. La situación climatológica les obliga a regresar a sus bases del Reino Unido, pero los efectivos americanos aprovechan el trayecto de vuelta para atacar objetivos secundarios de la Alemania nazi con un resultado totalmente imprevisto: “Las esquirlas de la bomba traspasaron la ventana y cayeron justo en el sitio donde había estado sentado unos momentos antes. Si me hubiese quedado en la silla, ahora no estaría vivo. Mi hermano estaba fuera, en la acera, jugando con dos amigos. Él fue herido. Perdió una pierna y unos cuantos dedos en el instante. Murió desangrado.”

El hermano de Evert Van Dreven no sobrevivió al fatal bombardeo. La ciudad holandesa de Nimega, a 20 kilómetros de la frontera con Alemania, tampoco. El centro histórico quedó derruido y con él, las vías del tren y una escuela de educación primaria. El balance total de víctimas fue de 800. La ciudad vecina, Arnhem, también fue bombardeada, así como Enschede, un poco más al noreste. El error, aun así, quedó como una nota al pie en la historia de la Segunda Guerra Mundial. La cronología oficial de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos escasamente lo mencionó: “Bombarderos pesados atacan varios blancos de oportunidad (Nimega, Arnhem y Enschede), 6 aviones se han perdido.” Uno de los grandes estrategas americanos, Haywood Hansell, no añadió mucho más: “La Octava extendió otro esfuerzo máximo; sin embargo, las condiciones meteorológicas adversas plagaron a la Octava y tuvieron que abandonar sus objetivos principales.” Precisamente, el más conocido de los relatos sobre la Octava, a cargo del autor Roger Freeman, tampoco le dedicó más de tres líneas: “Uno de los objetivos de oportunidad también trajo tragedia; un grupo de B-24 bombardeó Nimega por error, pensando que era ciudad alemana, y provocó 850 víctimas civiles.”

Monumento en recuerdo a las víctimas, en Nimega

Tres semanas después de lo ocurrido, el Comandante General de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos envió una carta expresando su pésame. Pese a eso, Nimega nunca recibió una disculpa oficial. Año tras año, la mayor ciudad de la provincia de Güeldres recuerda los hechos en un acto conmemorativo que empieza en la plaza Radhuishof, cerca del Ayuntamiento, donde un amargo monumento los recuerda constantemente. Es un columpio, pero antes era una escuela de primaria. Nimega fue un daño colateral de la guerra. Aquí todo el mundo lo sabe, muchos perdieron a sus hijos, a sus hermanos, a sus primos. El febrero holandés es frío y, pese al viento y la lluvia, el columpio permanece inerte. Una pequeña valla lo rodea formando un círculo. Me acerco. Nadie se balancea en él. Sigue allí, oxidado, esperando no sé a qué. La ceremonia, cada 22 de febrero, continúa en una pequeña iglesia de la ciudad y, como colofón, en el cementerio, donde se plantan pequeñas cruces de madera para recordar a aquellos que no pudieron ser enterrados.

Pasar página después de ese invierno no fue fácil para la ciudad holandesa. Probablemente no lo sigue siendo para muchos. Pero eso no fue todo, Nimega, confusa y herida, ya ocupada por los nazis, que aprovecharon los hechos para repartir propaganda en contra de los supuestos “amigos aliados”, recibió otro golpe siete meses más tarde.

Puente sobre el río Waal durante la Operación Market Garden. En la parte superior, Arnhem; en la inferior, Nimega. Fotografía cedida por el Museo Airborne de Osterbeek

Es domingo. 17 de septiembre de 1944. Empieza la mayor maniobra aerotransportada de las Fuerzas Aliadas, conocida como Operación Market Garden. El general con más renombre del Reino Unido, Bernard Montgomery, espera superar la única barrera natural que separa a los aliados de Berlín: el Rin. La brigada de paracaidistas polacos descendería sobre los puentes de los principales ríos de los Países Bajos, donde se encontraría con unidades blindadas terrestres y soporte aéreo. El primer asalto, ese mismo día, es un éxito: se toman los primeros puentes. El del lunes, también: los aliados liberan la ciudad holandesa de Eindhoven. El del martes, en cambio, no lo es tanto. Uno de los puntos estratégicos de ese día es el puente de 600 metros que cruza el Waal, afluente más importante del Rin. Baña a Nimega por el norte y a Arnhem por el sur. Antes del amanecer, los paracaidistas intentan tomar el puente, pero se ven superados en número por los alemanes, que les obligan a retroceder hasta Osterbeek, una zona de Arnhem. Al día siguiente, el miércoles 20 de septiembre, los aliados desisten de cruzar el puente, pero no el río. 315 soldados logran atravesarlo con botes británicos y liberar a una Nimega ya devastada. A Osterbeek sólo volvieron 35 soldados. La cifra total de las pérdidas aliadas fue de más de 1.750.

La batalla por el puente destruyó Nimega. El centro fue derribado de nuevo. Según cifras oficiales publicadas el 2010, 1.400 casas fueron derruidas, 900 sufrieron daños severos y 2.300, daños leves. Cientos de civiles murieron en el que se considera el mayor fracaso aliado. Nimega fue finalmente liberada, el precio que pagó por ello ya es otro asunto. Sus calles están hoy plagadas de memoria. Edificios antiguos y construcciones modernas se mezclan por doquier. La plaza central, Grote Market, conserva un aire histórico: la iglesia, Saint Stevenskerk, construida en el siglo XIII, despunta con su campanario octogonal, de difícil acceso, pues la torre, antiguo puesto de control alemán, pasó a pertenecer al Ayuntamiento; los adoquines de toda la plaza fueron estratégicamente escogidos después de la guerra para contribuir a este aspecto histórico. Pero la modernidad inevitablemente llegó: “El centro de Nimega cambió después de la guerra. Antes, estaba formado por calles pequeñas, como la mayoría de ciudades europeas. Después de ser bombardeada, se reconstruyó de una forma nueva, más transparente, con más luz, olvidando las calles estrechas y substituyéndolas por anchas”, explica Hans Slomp, profesor de Historia y Cultura Holandesa de la Universidad Radboud de Nimega.

No hay más que caminar por Marikenstraat. La calle tiene dos niveles; en cada uno, 50 tiendas. El primer nivel conecta con el segundo con unas escaleras mecánicas. Una vez arriba, cinco pequeños puentes unen la acera izquierda con la derecha. Sobre las fachadas de los comercios se yerguen apartamentos de arquitectura moderna. La mayoría, de obra vista, de colores rojizos y anaranjados. Vivir aquí en no debe ser nada barato. No importa si es encima de la franquicia de Hugo Boss o de Only, del restaurante New Dutch, de la entidad financiera Rabobank o de Kruidvat, una especie de droguería todo a cien que infesta las calles de todo el país.

Sobre las aguas del Waal, el puente sigue ahí. Lo fotografío desde el Valkhof Park de Nimega. Los escombros de la guerra ya no están. La base del puente, por donde pasa una autopista hacia Arnhem, empalma con el arco mediante sólidas aristas. Al otro lado también se recuerda lo que sucedió.

Puente sobre el río Waal que conecta Arnhem y Nimega

Es sábado. 9 de la mañana del 7 de septiembre de 2013. Osterbeek culmina los preparativos para la marcha popular de un día más concurrida del mundo. En parque del Museo Airborne –nombre de la Primera División Británica que participó en la Operación Market Garden– hay un campo de rugby. Diferentes paradas que ofrecen panfletos, bebidas y bocadillos rodean el terreno de juego, que rebosa de gente de todas las edades. Se distinguen grupos de niños, todos calzan botas de montaña, llevan un silbato, una gorra y un pañuelo de colores vistosos colgado del cuello. Cada grupo sigue a un monitor que alza una banderilla identificativa para que los pequeños no se pierdan. Armadas de más de 17 nacionalidades distintas también se preparan para el desfile: visten uniformes militares adornados con medallas y boinas. De tanto en tanto, se organizan en filas y empiezan a andar cual robots, totalmente sincronizados. Un, dos, un, dos. Tocan gigantescos tambores, rimbombantes trompetas y platillos que dan vida al evento. “La atmósfera es muy agradable. Es bonito venir para conocer mejor la historia y ver el buen ambiente que hay entre los diferentes países”, dice una soldado inglesa mientras me señala la medalla que recibió el año pasado por participar en misma marcha.

Me pierdo entre el gentío. Es desmesurado. No sé ni hacia dónde mirar para no perderme nada. Ando de un lado a otro intentando, sin éxito, saber cuál es el mejor punto desde el que observarlo todo. Es imposible. Y, a las 11 en punto, el ruido de una trompeta rompe mi ajetreo. Después, nada. Silencio. 34.000 personas en un absoluto y respetuoso silencio. Piel de gallina. Pasado un minuto, se oye un pistoletazo y las tropas empiezan a desfilar formando coordinadas comparsas. Me uno al río de gente y me dejo llevar. Un, dos, un, dos.

La marcha de Arnhem, que empezó en 1947, recorre los principales enclaves de la batalla de septiembre de 1944 en una ruta de 10 hasta 40 kilómetros. “Si entras en el museo y ves todo lo que pasó, cómo la gente tenía que vivir durante la Segunda Guerra Mundial… Es algo que no queremos que vuelva a pasar. Desafortunadamente, otras guerras están sucediendo. Espero que algún día, de alguna forma, consigamos la paz. Es por eso que caminamos”, explica Roger Beets, uno de los organizadores del evento. Se ha convertido en una actividad familiar si el tiempo acompaña. Pero para la gran mayoría, es mucho más que eso: “Caminamos para recordar las víctimas de la guerra. Fue un fracaso con muchas pérdidas. Todo esto lo tenemos que recordar para, en el futuro, evitarlo”, me cuenta un participante holandés de 70 años.

Arnhem tiene cicatrices. Nimega también. El 1944 fue un año para olvidar; sin embargo, está en la memoria. Pero en la suya. Algunos ni siquiera conocen de la existencia de ambas ciudades, mucho menos lo que han sufrido. Dos notas al pie en uno de los tomos históricos más trascendentales de la historia de la humanidad.

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